Entendemos por
figura retórica toda modificación del uso normal y corriente del lenguaje;
para que dicha modificación se considere realmente como una figura retórica
debe obedecer al propósito de alcanzar una expresión innovadora y atrayente.
Las figuras aparecen, sobre todo, en el ámbito del lenguaje literario, lo
cual no significa que sólo podamos encontrarlas en él. Tanto en el uso
cotidiano como en los distintos lenguajes especializados es posible hallar un
inventario rico y variado de figuras; algunas de ellas se utilizan casi
inconscientemente; otras son deliberadas, y responden a los más diversos
propósitos: la persuasión (en el mundo de la publicidad), la necesidad de
captar rápidamente la atención del lector y de saber mantenerla (en el periodismo),
el afán de crear un efecto estético (en la literatura), etc.
El término
retórica procede del latín rhetorica, el cual, a su vez, procede de una palabra
griega que significa «el arte de la elocuencia», es decir, el arte de hablar
bien en público y de convencer a la audiencia. Para cumplir este propósito, el
rhetor, es decir, el orador, debía conocer y emplear correctamente una serie
de recursos que, en su mayor parte, coinciden con lo que actualmente
denominamos figuras. En su aplicación contemporánea al terreno de la
literatura la retórica se ocupa de estudiar aquellos recursos expresivos que
permiten al escritor conseguir los fines que en cada caso se proponga, y que
pueden ser muy diversos: persuadir, enseñar, entretener, emocionar, crear
belleza, etc.
A la hora de
analizar una determinada figura retórica no basta con identificarla, sino que
es preciso valorar y explicar la importancia y significación que dicha figura
alcanza en un texto concreto. El objetivo que tenemos que perseguir no es, no
debe ser, la confección de una lista o inventario inconexo y deslavazado de
recursos retóricos, sino la adquisición de la capacidad para determinar en
cada caso el significado de una figura, es decir, para explicar qué función
desempeña o qué efecto artístico produce, y por qué ha sido utilizada por el
autor. Debemos tener en cuenta también ciertas normas de sentido común: en
primer lugar, señalar aquello que es importante y no lo que es accesorio e
insignificante; no hay que obsesionarse con la identificación de aquellas
figuras que en cada caso se conocen mejor, porque tal actitud sólo conduce a la
aparición de errores mayúsculos. Ocurre también con mucha frecuencia que en
un mismo fragmento (sintagma, oración o verso) coinciden dos, tres, cuatro e
incluso más figuras a un mismo tiempo; ser capaz de indicarlas todas es prueba
de madurez y sensibilidad, pues el texto literario es un conjunto dotado de
múltiples sentidos y trabajado con esmero por el autor. Por último, téngase en
cuenta que, aunque las definiciones estrictas y "académicas" de las
figuras no importan tanto como su identificación y análisis, el alumno está
obligado a conocer la terminología y a aplicarla con acierto.
Para un mejor
entendimiento y aprendizaje de la gran variedad de figuras existente, podemos
clasificarlas según ciertas categorías: figuras de posición, de repetición, de
amplificación, de omisión y de apelación. Un grupo aparte lo constituyen los
tropos, cuyo rasgo característico es, frente al resto de figuras, la aparición
de cambios de significado en los elementos lingüísticos empleados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario